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Abuela, ¿cero por menos uno?
Posted by Juan Manuel Vargas Vega
on
8.9.15
in
Relato corto
Hoy voy
a llegar bastante tarde a casa, al final de la jornada se me ha complicado un
asunto de trabajo y por no dejarlo a
medias para el lunes se me ha pasado el tiempo sin darme cuenta, son casi las
tres y media. Parece que este año se va a adelantar el verano, solo estamos en
Mayo y ya hace calor. Al pasar por la esquina una racha de terral me ha traído
un olor a pescaíto frito del bar que me han dado ganas de volver, sentarme en
la terraza y comer aquí, llevo un hambre
desoladora. No lo había pensado pero ahora me doy cuenta que llevo años pasando
por el mismo sitio casi a la misma hora a buscar el coche y que casi siempre
cruzo la calle por el mismo lugar y recuerdo dos bordillos de la acera que han
estado desprendidos y caídos en la calzada todo este tiempo y por fin hoy los del
Ayuntamiento los están arreglando, esta acera ya no será la misma, hemos
perdido esa familiaridad que nos unía.
Al cruzar la calle otra bocanada de aire
provoca una enorme lluvia de flores de color amarillo anaranjado de tres
grandes acacias de la acera de enfrente, en ese momento, de mi izquierda aparecen
una mujer alta y flaca, de unos sesenta y pocos, con un niño de la mano, este
tendría unos siete años, no hubiera reparado en ellos a no ser porque escuché
la voz chillona del niño que no dejaba
de inquirir a la mujer una y otra vez, ella no le hacía mucho caso, iba ausente,
pensando en sus cosas. En un momento
dado ya se encontraban más cerca y alcancé a entender lo que decía, el niño
dirigió a la mujer una pregunta envenenada a bocajarro.
- Abuela,
a ver, dime ¿Cuánto es cero por menos uno?
¿Quién
era ese niño?, ¿Por qué un niño de siete años hace una pregunta de ese tipo?,
¿No podría haber preguntado cuanto son dos más dos? Reconozco que me dio
literalmente un escalofrío ante semejante pregunta de semejante monstruo.
La
verdad que si me hacen jurar con quien me había cruzado aquel medio día por la
calle hubiera dicho que con nadie, pero esta pregunta hizo aparecer
instantáneamente al niño y la abuela en aquel lugar en ese mismo momento, como
caídos del cielo. Miré a mi izquierda y me quedé parado en la isleta del cruce
de calles esperando a que pasara un
coche, mientras tanto disimuladamente observaba con atención la escena que
provocó en mí un interés inusitado. El niño cogido de la mano miraba hacia
arriba inquisidoramente a la abuela después de haberle disparado esta pregunta.
Su cara mostraba ansiedad por la respuesta.
Hay
veces que una fracción de segundo dura una eternidad y en esa eternidad pueden
ocurrir miles de cosas que solamente alguien que esté atento puede apreciar. En
ese segundo de espera en el que yo observaba, la abuela iba desconectada de la
perorata que el niño le estaba soltando
todo el camino y éste acosaba con sus preguntas a la mujer.
El niño
insistió.
- ¿Eh?, ¿Eh, abuela?
-¿Cómo
dices?
-¿Qué
cuánto es cero por menos uno?
No sé
cómo describir la expresión de la cara de la abuela, entre perpleja por la
extraña pregunta y descompuesta por no saber que responder ante la mirada ávida
del niño que tenía toda la pinta de no conformarse con cualquier respuesta,
creo más, la hubiera debatido con la abuela.
-¡Este
niño del diablo!, ¿Qué le contesto yo ahora al niño, joder?- pensó en aquel
momento la abuela- hubiera querido tener la respuesta o en su defecto un comodín
del público como en el programa de televisión para poder consultar la respuesta
adecuada.
-Pues
será cero ¿no?, creo yo.
Cuando
pasó el coche atravesé la calle y ya no pude seguir, me quedé debajo de una de
las acacias esperando el desenlace de la conversación. Se habían percatado de
mí. Miré el reloj con impaciencia y avisté la calle hacia un lado y otro como
si esperara a alguien que llega tarde. Se pararon en la otra esquina del cruce,
si hubieran seguido andando ya no me
hubiera quedado más remedio que seguir tras ellos para escuchar el resto.
-Hasta
ayer eso creía abuela, pero he estado pensando acerca de eso una cosa. Muy
próximos al cero hay una serie de números infinitesimales tanto positivos como
negativos, esa franja de números sin tener valor cero, es decir sin ser un cero
técnico, tienen que dar un resultado multiplicándolos por menos uno, unos
tendrían valores negativos y otros positivos, aunque nos aproximamos a cero
pero tienen un valor y un signo ¿se podría decir que existe una franja
infinitesimal con valor menos cero y otra más cero?, aunque el cero en sí mismo
no deba llevar ningún signo. ¿Tú qué crees?, ¿qué te parece mi razonamiento
abuela?...
-Bueno…,
verás…
-Yo
creo que…
El niño
la miraba con gran atención esperando una respuesta fundada y tranquilizadora.
La abuela balbuceaba sin llegar a atinar con las palabras adecuadas.
-¡Pero
abuela dime!
La
señora ya no hacía caso de las preguntas del niño, miraba intranquila hacia un
lado y otro, buscaba a alguien con la mirada. Se echó mano a la muñeca buscando
el reloj que no llevaba, lo había olvidado. Abrió el bolso y sacó un móvil en
el que miró que hora era. Por fin fijó la mirada hacia el final de la calle por
donde apareció una mujer de unos cuarenta, alta, con buen tipo, vestida con
unos vaqueros y una camisa blanca que dejaba al aire unos brazos bronceados. El
semblante de la abuela cambió de descompuesto a más relajado.
La
abuela señaló al niño en esa dirección y
le dijo.
-Mira
por allí viene mamá.
-¡Ah!,
si abuela, pero contéstame, ¿o es qué no sabes la respuesta…?
Por fin
se acercó la madre del niño, la abuela impaciente y alterada por la insistencia
del niño cuando llegó la madre estaba atacada de los nervios.
-¡Menos
mal que ya estás aquí Jo-a-nna Mou-ra!, dijo la abuela remarcando cada una
de las sílabas.
-Mamá
estás de mala leche ¿verdad?, si no ¿por qué ibas a nombrar a tu propia hija con nombre y apellido?, ¿Qué ha ocurrido?
-¿Que
va a ocurrir?
-Que tu
superdotado y endiablado hijo de siete años me está dejando el cerebro hecho agua. Lleva media hora disertando acerca de la multiplicación de los
infinitésimos de cero por menos uno.
-¡Pero Mamá!,
¿qué sabes tú de infinitésimos?, ¿de qué hablas?
-¡Cómo
no voy saber de eso, si tu hijo todos los días me da una clase magistral! Si
quisiera sacar la Licenciatura en Ciencias Exactas solo tendría que ir a pedir
el Título y cuando supieran quien soy me lo darían de inmediato, sin hacer la
carrera y sin exámenes.
Joanna sonrió
abiertamente al comentario que hizo su madre, no pudo reprimir una media
carcajada. La abuela también esbozó una sonrisa contagiada por la risa de
Joanna.
El niño
miraba desde su altura hacia una y otra y al final se abrazó a la abuela.
-Perdona
abuela no te enfades conmigo…
Llegado
ese momento ya creí haber visto y oído suficiente. La abuela se abrazó y besó
al niño y a Joanna. Se cogió del brazo de su hija y con el otro brazo rodeó los
hombros del pequeño y se alejaron con el rumor de sus voces que ya no alcancé a
comprender. Me quedé pensando unos minutos bajo la acacia, que no dejaba de
llover flores, acerca de lo singular de todo lo que había visto y oído, miré la
hora, se había hecho demasiado tarde, les vi perderse al final de la calle
donde giraron a la izquierda y tomaron una amplia avenida por la que ya no pude
verles. No todos los días se encuentra uno con una historia tan original como
esta, mereció la pena haber salido tarde y cruzar mi camino con el de la abuela
y el niño. Me di media vuelta y me marché en busca del coche para volver a casa.